El Otro mundo (segunda parte)

Volví a tener a Ariel en mis  brazos, el era mi ultimo reducto de Ki. El pequeño seria fuerte de grande, de eso seguro.

Miré el paisaje a mi alrededor, solo ya que el Elfo se había ido a buscar comida y analicé que era inviable extraer mi ki del niño, era muy pequeño y le podría hacer mucho daño o matarlo, el proceso de extracción nunca se me dio, de todas formas a el le ara mas falta que a mi, yo puedo generar con sueño y alimentos bastante mas.

El lugar era muy curioso, porque pasaban las horas y no cambiaba el sol de lugar, siempre era como un horario cerca del atardecer o el atardecer mismo. El árbol era regio, por donde lo vieras, muy salvaje, curioso, en sus formas, sus nudos, parecía casi como si me mirara.

-              No casi, te miro.- Dijo el árbol.- Me corrí con el niño y dije

-              Discúlpeme señor árbol por acostarme sobre usted.

-              No hay ofensa, mientras no quieras escribir con tus garras tu nombre en mi.- Entonces pongo mi pata libre a un costado.

-              Como piensa eso, y dígame….. ¿Siempre viene usted por aquí?.

Se me quedo mirando.

-              Este, no será usted un árbol de frutas.

-              Pues si lo soy, mira, me quedan algunas si trepas por mi.

Entonces dejando a Ariel con el niño trepé al árbol y encontré unas frutas parecidas a duraznos pero muy grandes, corté los que encontré.  Estando abajo corté con un cuchillo de mi morral un poco, en pequeño tamaño para el niño, el cual comió muy gustoso y yo me saciaba a mordiscones,  algo muy curioso me pasaba, que por mas que mordiera, o por mas que cortara nunca se acababa eso duraznos, corte cuatro, tres guarde y con uno solo me alimente yo, el Ariel y Vadis y encima cuando estuvimos llenos el durazno estaba entero. 

-              Se llenó señor.- Me dijo el árbol.

-              Si, pero tengo demasiados.

-              Y si no los vas a comer colócalos en mis ramas.

Pedido curioso, pero allí los deje y vi como las hojas mismas recibían esas tres frutas y se colocaban como si nunca hubieran salido.

El elfo tardaba así que saque mi flauta y toqué tranquilamente una linda canción cuando hubo un resplandor en frente de mi y vi a una criatura baja, muy morruda vestido con una toga muy llamativa, con joyas y también un morral y una mochila con muchos bolsillos echo de cuero. Se sacudió un poco la tierra y sacándose el sobrero me dijo.

-              Mi nombre es Fuego Arcano, hijo de Forja Pétrea, y vengo porque un elfo me dijo que se retrasaría y que deseaba que lo llevara a un lugar que seguramente usted, Señor Qwon, estaba con ganas de descansar.

-              La verdad no tengo ganas, sé que paso mucho tiempo desde que llegue pero desde que decidí vivir no estoy cansado, y el niño tampoco y ni mi querido Vadis.

-              ¿Estuvieron comiendo algo?

-              Si unos duraznos de este árbol.

-              Este árbol no da frutos, nunca los dio.

-              Pero si el mismo me dijo que daba frutos cuando se lo pregunté, mira este es el durazno.

Metí mi mano en mi morral y saque el durazno, el enano se quedo muy sorprendido al ver aquella fruta, la olio pero no la tomo por mas que se la ofreciera.

-              ¿Tu sabes lo que tienes en tu mano?

-              Un durazno.

-              Técnicamente si lo es, pero…mejor te lo explique el elfo.

-              ¿Es venenoso?

-              No para nada, algunos dicen que otorga la inmortalidad, en el sentido que no envejeces, pero no sé qué efecto tiene en los niños y los perros.

Mire al niño algo preocupado, pero en mis tierras había leyendas de los dioses y sus duraznos, pero los dioses siempre lo comían, desde niños y ellos también crecían, así que se disipo mi  preocupación.

-              Y dime, como me llevaras. ¿Con magia?

-              No, te llevare yo.

La verdad es muy gracioso lo que decía y me reí, este también se rio mostrando sus recios dientes y se alejó diciéndome que me quedara allí y se convirtió en un gran dragón con montura  muy grande como si fuera casi un carro.

-              Sube.- Dijo directo a mi mente.

-              ¿Eres un draconiano?

-              No, aquí no hay draconianos, yo soy un enano.

Subí luego de que el se agachara y entre a aquel carro que estaba sobre su lomo alzando a Ariel y a Vadis. Aquel  reducto estaba bien equipado como para diez personas y nos sentamos muy cómodos.

-              Tocarías música para mi Qwon de Pan Do.

-              Lo que guste.- Entonces tome mi flauta y comencé mientras remontaba el vuelo.